Guiomar Ortiz
Hace unos años hice una depresión, y… ¿cómo no? vivía en una huida hacia delante, en la que no podía parar porque sentía que, si lo hacía, algo me alcanzaría. Y no era otra cosa que mi malestar y mi insatisfacción. Por suerte, no me quedó otro remedió que contactar con lo que tanto miedo me daba, responsabilizarme y crear algo nuevo para mí.
De esta manera, caí en el trabajo sobre el eneagrama de Juanjo Albert hace 10 años y, por fin, me encontré. O, por lo menos, encontré el camino de vuelta a casa, el camino a mi interior. Me proporcionó el mapa que necesitaba para recorrer mi territorio.
Hasta entonces, vivía totalmente identificada con mi carácter, con la máscara, lo que me suponía mucho sufrimiento y sin sentido. Porque no había ninguna coherencia entre lo que pensaba, lo que sentía (que ni lo sabia) y lo que hacía. Empecé a darme cuenta que no sabía distinguir mis emociones porque estaba totalmente desconectada de mi cuerpo.
El trabajo corporal y la meditación han sido fundamentales para tejer mi trabajo porque me ha permitido ir de la palabra y la cabeza al cuerpo y la emoción, integrando y fijando lo aprendido. El grupo fue fundamental, por un lado, me servían de espejo y, por el otro, me daban sostén. También, la terapia individual humanista que empecé, porque me ayudó mucho a procesar lo que me iba sucediendo.
Después, la formación en terapia gestalt me proporcionó una nueva mirada que añadir. Primero, a la forma de ejercer la psicología desde una orientación humanista y, después, a la hora de trabajarme el carácter en la relación con el otro y el grupo.