Aurora Irigoyen
Hace ya unos cuantos años que comencé con el proceso terapéutico. Comencé en terapia porque algo de mi vida no iba como creía que tenía que ir. Recuerdo que al principio yo creía que la terapia me ayudaría a ver mejor a los otros, algo por carácter muy desarrollado en mi, mi mirada puesta fuera. Porque me era y sigue siendo complicado, ver que la responsabilidad de mi vida es mía, que de mis necesidades y deseos soy yo la que los reconozco y expreso. Y todo el camino se convierte en una vuelta a redescubrirme en aquel punto donde me abandoné por ser importante para el otro, por ser querida por el otro. En continuo seguir reaprendiendo, reapropiándome de mi, estableciendo una relación real con el otro sin pelea ni competencia.
Desde el comienzo la bioenergética estuvo presente, el cuerpo me proporciona una respuesta clara a mi estar, revela mi límite, sin engancharme en ideas sobre lo que me gustaría o debería ser. Localizar mis bloqueos corporales, respirarlos me ayuda a estar en un contacto más real conmigo misma, no tanto desde la fantasía. Experimentar como la coraza corporal que me construí para sobrevivir ahora es limitante y va en mi contra.
Trabajarlo en grupo es muy enriquecedor, la diversidad ayuda a aprender de los demás, porque aunque en todos la herida es parecida la defensa es diferente. El grupo desarrolla una energía que potencia la energía individual y nos reflejamos en las dificultades y soluciones de los otros.
“Emprende el viaje a Ítaca pero demórate lo más que puedas, haz muchas escalas, teniendo siempre presente tu isla, la que estás buscando. Al final llegas a Ítaca y ¿qué vas a descubrir? Que la verdadera Ítaca era el viaje”