He podido observar como en los talleres en los que de una u otra manera se trataba acerca del desarrollo de los niños en los primeros años de vida (a nivel sensorial, emocional, cognitivo y corporal) y de cómo las experiencias vividas a lo largo de éstos marcaban el funcionamiento caracterial de la persona en cuestión, se disparaban las preguntas acerca de cómo ser un buen padre o madre y de cómo evitar que mi hijo funcionara caracterialmente “así o asá” (compleja tarea por no decir que imposible: hagamos lo que hagamos la naturaleza del desarrollo humano pasa por estructurar un carácter neurótico en el mejor de los casos. Lo importante será la flexibilidad del mismo para que pueda adaptarse con más facilidad a una vida más saludable. Para ello trataremos de ofrecerle en cada momento de su desarrollo lo que pueda serle más conveniente). Pareciera que unas formas neuróticas gozan de mayor simpatía que otras o, dicho de otra manera, que este carácter es mucho mejor o peor que este otro ¡¡¡Dónde va a parar!!!.
Ahora que me veo inmerso en esta experiencia de ser padre y hacer familia, he decidido poner encima de la mesa aquello que se ha hecho figura en mi vida e intentar explicar de manera breve y sencilla aquellos conceptos que me parecen fundamentales sobre el tema en cuestión y que recibí y experimenté en mi Formación en el IPETG de Alicante. Estos conceptos están recogidos de manera más amplia y profunda en el libro de Juan José Albert “Ternura y Agresividad”, así como en diferentes artículos del mismo autor.
A través del trabajo bioenergético he podido integrar a nivel corporal las sensaciones que había percibido en mi proceso terapéutico anterior, ya no era sólo pensamiento y descarga emocional, podía sentir mi cuerpo y escuchar la información que me ofrecía acerca de mis necesidades. Aparecía también nuevo material de trabajo al que no había tenido acceso.
Y ese es el trabajo bioenergético, desarrollar la atención para que al actuar sobre las tensiones y bloqueos musculares emerjan las sensaciones displacenteras y las emociones dolorosas reprimidas. Esas sensaciones y emociones están “escritas” en nuestra musculatura y se estructuran en forma de “coraza” a lo largo de nuestro cuerpo para defendernos del contacto con algo que en un momento de nuestra infancia fue doloroso, o que lo vivimos, quizá de manera distorsionada como tal. A nivel cognitivo se sostienen a través de de los mecanismos de defensa psicoemocionales. Esta experiencia de “escuchar” la información que nos brinda nuestro cuerpo y de observar cómo repetimos una y otra vez la misma respuesta, es la base sobre la que se sustenta la posibilidad de un cambio profundo en nuestro ser. El aburrimiento de ver que repetimos una y otra vez lo mismo, es nuestro aliado para elegir otra opción.
Y desde el conocimiento que nos aporta el propio proceso terapéutico personal, y poniendo conciencia en mis dificultades caracteriales, podré acompañar a mi hijo con más conciencia en las necesidades que se presentan a lo largo de las etapas de su desarrollo que comentamos a continuación.
A lo largo de nuestros primeros seis o siete años de vida – momento en el que ya queda fijado nuestro carácter o manera de funcionar -, hemos atravesado diversas etapas en las que, en cada una de ellas se asienta un “sentimiento básico”. Que el paso por cada una de estas etapas sea lo más saludable posible, y por ende, el sentimiento básico incorporado a nuestro ser más pleno y satisfactorio, facilitará un contacto tierno y una capacidad de autonomía mayor en nuestra vida con nosotros mismos y los demás.
En los tres primeros meses de vida el niño sólo se percibe a través de las sensaciones más básicas (hambre, frío…), no hay un proceso cognitivo ni tan siquiera sensación de placer en el chupeteo. Si estas necesidades son satisfechas tiernamente, sin hostilidad (sea esta o no dirigida al niño, que igualmente percibirá la sensación que se transmite), o un estado depresivo de base, el niño tendrá una percepción de sí placentera y no quedará interrumpido el continuo de atención en sí mismo. Así se asienta el sentimiento básico de confianza en la existencia que queda interrumpido cuando la atención del bebé sobre sí percibe sensaciones displacenteras. El desarrollo deficiente y distorsionado de este sentimiento será el punto de anclaje del carácter esquizoide. En este carácter queda anclado en la memoria corporal que cuando manifiesta una necesidad y recibe las atenciones, percibe por un lado la satisfacción de la necesidad (sensorialmente, con los sentidos) y al mismo tiempo que su existencia está siendo amenazada (sensitivamente, con lo que percibe o siente). Como distorsión queda pues que la necesidad está asociada a la amenaza de su existencia.
La siguiente fase dura aproximadamente hasta el año y medio de edad y el sentimiento básico es de confianza en el medio y la propia identidad. Dicho sentimiento proporciona la confianza para que el niño pueda expresar cómo se siente, y que el entorno sea sustentador, seguro y facilitador de que al expresar sus impulsos al medio no tendrá necesidad de inhibirlos o distorsionarlos. Así se desarrolla sin perder la confianza en que la expresión espontánea de la demanda de satisfacción de sus necesidades y de sus incipientes emociones y sentimientos será bien recibida. Su desarrollo insuficiente será la base para el arraigamiento del carácter oral, que tiene una autopercepción carencial y de inseguridad en su propia satisfacción de ser quedando fijado en un estado de anhelo constante de satisfacción. Es muy importante que los impulsos hostiles que el niño dirige al medio puedan ser recibidos por los progenitores y que no sean personalizados por estos como si el niño fuera un adulto.
El conflicto de base es que la función madre (contacto tierno) está ligado a una relación con los progenitores desde una actitud formal. El niño es cuidado pero no se atienden las necesidades emocionales y afectivas. Esta necesidad de reconocimiento y contacto tierno queda como un anhelo permanente.
La siguiente fase dura hasta aproximadamente los dos años y medio y se desarrolla y arraiga el sentimiento básico de seguridad en la individualización o diferenciación de otro, fundamentalmente del otro-función madre, apoyado en el desarrollo de las capacidades cognitivas que le permiten “decir que no” con intención e introyectar las normas. Mediante el uso del “no” está diciendo “Yo soy yo y tú eres tú, no soy una prolongación de ti, cuídame y respétame”. Es más que una oposición terca (aunque también pueda serlo). Si se entiende y se cumple su significado real el niño va adquiriendo su propia identidad sin renunciar al contacto consigo mismo, sin evolucionar confundido con las necesidades del “otro-función madre”. El desarrollo insuficiente es la base del arraigamiento del carácter masoquista, una percepción propia de inseguridad ante la autonomía de ser.
La herida nuclear es la experiencia de que no han sido tenidos en cuenta, haber sido humillados y frustrada su capacidad de autonomía. Al ponerse en contra de sus necesidades básicas se desconectan de sí mismos.
La siguiente fase se prolonga hasta los tres años y medio aproximadamente y se desarrolla y arraiga el sentimiento básico de seguridad en la capacidad de independencia o la socialización. Al tener un mayor desarrollo muscular, una mayor curiosidad para explorar el entorno próximo y lejano, propio y ajeno, más amplio que el familiar pero con la garantía de que éste está presente y es seguro para volver y ser recibido… El niño espera que la manifestación espontánea de sus necesidades e incipientes deseos sea bien acogida por el entorno social, sin tener que cumplir la expectativa del “otro-función madre”, “otro-función padre”, del “otro-colegio”, únicamente las suyas propias dentro de los límites que pueda ir asumiendo. Irá explorando la adecuación, el desarrollo y las limitaciones de sus posibilidades y capacidades sociales según sus propios deseos. Su desarrollo condicionado dará lugar al carácter psicopático: una percepción propia de inseguridad en la expresión de ser y estar en el mundo.
El proceso de socialización conlleva la aceptación de límites y frustraciones, principalmente puestos desde la óptica de los padres o familia. Es muy importante, como en todo momento del proceso evolutivo del bebé, que los límites sean puestos desde la ternura y de manera clara, sin doble mensaje. Valga como ejemplo extremo que si el niño está jugando con un cuchillo y esto es peligroso para él, se le quite el cuchillo de malos modos u ofreciéndole otro objeto sustituto a cambio. Lo mismo podemos decir de los afectos, que el niño pueda tener la certeza de que a la vuelta de su exploración por “el mundo” va a ser recibido y reconocido con afecto y ternura independientemente de los límites que tengamos a bien marcar. No es lo mismo el límite puesto desde la ternura que desde el autoritarismo.
En las tres fases anteriores la satisfacción de las necesidades del niño se centra en torno a la relación con la función madre (el asentamiento del sentimiento tierno, si un niño se siente tratado con ternura crece en un medio que le hace sentir confiado y mantiene un contacto tierno y amoroso consigo mismo atendiendo así sus necesidades reales. Sería el autoapoyo y el contacto con el propio poder). A partir de esta fase aparece la demanda de la función padre (prepara, acompaña y ayuda al niño en su necesidad de salir del estado fusional con la función madre, individualizándose de ella y adquiriendo más autonomía para satisfacer sus propias necesidades y deseos autónomamente, ir hacia donde le interesa ir para ser independiente en su propio beneficio y en la búsqueda de su propia satisfacción) como figura de referencia en su proyección hacia la familia y la sociedad.
Para que este proceso se dé de la manera más saludable, es conveniente que la función madre, portadora del soporte afectivo en la familia, facilite este proceso de “separación”. Así, el niño pueda satisfacer su deseo de “salir hacia el mundo” apoyado en la función padre desde un lugar de seguridad, sin que se ponga en peligro su relación con la función madre en un juego de lealtades y manipulaciones.
En la última fase que comienza a partir de aproximadamente los tres años y medio maduran las terminaciones nerviosas sensitivas y el niño puede percibirse como una unidad corporal íntegra y la capacidad de experimentar placer erótico. La maduración biológica y psicoemocional facilita que integre sus afectos tiernos con su necesidad y deseo de experimentar placer sensorial y que desee entregarse y ser aceptado tal y como él se siente, íntegramente, sin tener que disociarse del placer para poder expresar el amor. Es el momento de arraigar el sentimiento básico de seguridad en el compromiso y entrega a sí mismo y de ahí de compromiso y entrega al otro. El desarrollo y arraigamiento disociado de ambos sentimientos, placer y el amor, dará lugar a la estructuración de los caracteres rígidos (histérico, pasivo femenino, fálico narcisista obsesivo y el fálico narcisista compulsivo, según el modo y manera en que cada uno encuentra su lugar en la familia y en la sociedad, a lo largo del desarrollo del conflicto edípico): una autopercepción de inseguridad en el ser con otro por esa disociación entre el amor y el placer. Ello dificulta la posibilidad de una entrega amorosa, tierna, erótica y placentera.
Estas cinco fases evolutivas, básicas para un desarrollo emocional sano no son compartimentos estancos, no acaba una y empieza la otra, sino que están imbricadas unas en otras hasta que el carácter queda cerrado.
Después al estar en la vida adulta se repiten compulsiva e inconscientemente las estrategias adquiridas para defendernos del dolor y la angustia originados por la desconfianza surgida de la pérdida de contacto con nuestro núcleo de ser amoroso, con nuestra esencia.
Encontrar, reconocer y conocer este dolor y nuestras estrategias de evitación es doloroso, pero suprime el sufrimiento y la angustia y nos da la capacidad para hacernos mejores personas. También evita, en la medida de lo posible que sigamos transmitiendo de una generación a la siguiente las mismas heridas de amor.
Espero haber aclarado la importancia de cada una de las fases del desarrollo evolutivo de los niños y presentar cuales son las necesidades de los mismos y las dificultades de los padres… Si tienes alguna duda deja tu comentario y te responderé con gusto.
Bioenergética Integrativa ©
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